Bueno, voy a arrancar con algo de lo que no tendría que hablar porque no entiendo nada de eso. Pero bueno, hablo igual. ¿De qué? De una pasión perfectamente idiota. De una rareza de la cultura. De una ceremonia religiosa llamada fútbol.
Y voy a citar una conversación que mantuve con un desconocido amigo de Facebook al respecto. Mi amigo decía que él vivía en el planeta fútbol y yo le retrucaba que “para mí, esa disciplina es vacía de contenido y que yo no le encontraba mucha gracia al ver como un montón de tipos se matan a patadas para meter una bola en un rectángulo perpendicular al suelo”. No lo comprendo en serio, eh. Le decía que seguramente algo debe tener que lo hace tan grandioso y que yo no me daba cuenta. Pero de eso están hechas las pasiones, supongo.
Nunca termino de entender como alguien se puede calentar y exaltar porque veintidós tipos llevan y traen la pelotita.
Este fenómeno llega a involucrar a millones de hombres y mujeres al mismo tiempo, pero hay ocasiones especiales (un mundial, por ejemplo) en que son muchísimos más y esta ceremonia es seguida por personas que jamás se interesan por el tema y por gente absolutamente indiferente al fútbol. También se comenta que es utilizado para desviar del ojo de la tormenta las noticias más polémicas, que es un gran negocio que mueve millones, que es un circo mediático (tanto que hasta se llegó a hacer una telenovela). Pero bueno, esa es otra historia..
Volvamos a la pasión ilógica. Dice Martín Caparrós en su libro Boquita: “Llegar a ese grado de apasionamiento por la forma en que once muchachos patean un cacho de cuero es indefectiblemente idiota, pero los aficionados disfrutan de poder hacerlo, de poder ser por noventa minutos un tonto que se entusiasma por algo que la razón no justifica. El partido es el espacio de la salvajería feliz. Y no hay tantos de esos espacios”.
Bueno, no le entiendo mucho Caparrós tampoco los motivos de esta pasión…por eso debe ser inexplicable.. ‘Puro gozo’, sintetiza.